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Gomitas…

¿Quién no ha tenido un crush de esos con los que se fantasea el Kama Sutra y más? Y no me vayan a venir con puritanismos baratos, hasta el Papa admitió que el placer era un don divino y popularmente se dice que nada se disfruta tanto como lo prohibido, así que admitir un gusto culposo no nos hará más ni menos.

Ahora bien, si de hablar de amores platónicos se trata, podríamos escribir kilómetros de textos ya que muchos de nosotros alguna vez suspiramos por algún famoso.

En mi caso, lo confieso, mi platónico siempre fue Jerry Seinfeld y su desborde de humor inteligente que llegó a marcarme tanto, que mi sentido del humor se definió, en gran parte, por su concepto del stand up y hoy después de todo el tiempo que ha corrido sigo viéndolo y disfrutándolo, como siempre, ya que veo en él la combinación perfecta de humor e inteligencia, mis debilidades.

Seguro a ustedes también les pasó, no con alguien tan genial como Seinfeld, pero sí con algún actor o cantante que entre lentejuelas se convirtió en la estrella de la época, otros habrán fijado sus ojos en la sonrisa de algún profesor en el colegio o la universidad, un ser casi mítico cuya sola presencia solía distraerte en clase, (tú sabes que hablo de ti guiño guiño) o algún vecino o compañero de trabajo, algo casi inevitable cuando pasas suficiente tiempo con esa persona con la que además compartes algunas afinidades.

¿Qué hubieran dado o qué hubieran hecho por lograr cinco minutos de la atención de su crush? No se imaginan la variedad de respuestas que he obtenido al realizar esa pregunta.

Viajes inesperados, estudiar hasta tarde, ir a una fiesta a la que no quieres ir, tolerar una cena incómoda, ir a un paseo con un grupo de desconocidos, aprender un nuevo idioma, video llamadas hasta la madrugada, cuidar a un amigo ebrio, en fin, yo misma he cometido un par de locuras “en nombre del amor” (o me he excusado en el amor para hacer un par de locuras, como sea), y muchas veces no ha sido en nombre del amor sino en nombre del deseo, tremendo error, pero eso es tema para otra entrada.

La verdad es que generalmente nos dejamos ganar de la pasión y terminamos confundiendo el deseo y la admiración o la costumbre con sentimientos y emociones superfluos.

Todo va mucho más sencillo cuando tenemos claridad de lo que queremos y esperamos de ese otro que ha estado robándonos suspiros, pero, se complica un poco cuando el otro no espera lo mismo, cuando hay un tercero en cuestión, cuando hay dudas, cuando el otro ni se imagina lo que uno quiere, en realidad, o cuando existiendo todo tipo de claridades y en algún punto empiezan a surgir algunas emociones y sentimientos que se salen de los acuerdos iniciales, o simplemente sin pensar en nada los dos le hacen caso al deseo y se dejan llevar.

Ojalá y todo fuera tan sencillo como decir “te cambio estas gomitas por tu amor” o “te doy estas gomitas y dejamos que los cuerpos hablen”, y si te preguntara ¿Qué quieres tú a cambio de ti? ¿Cuál sería la respuesta? ¿Qué tanto estarías dispuesto a entregar en ese trueque?

Y ahí vamos, negociando el amor como cualquier otra mercancía, a esto llegamos, en el afán de simplificarlo todo lo hemos hecho más complejo; al final es tan simple como conocernos y ser capaces de saber que no siempre se tiene lo que se quiere y que la vida es corta, tanto que no vale la pena mendigar amor, ni pretender comprarlo con gomitas, afecto o lo que sea, porque en cuestiones del corazón, ese músculo que sólo bombea sangre pero que le hemos adjudicado la responsabilidad de los sentimientos y emociones, la respuesta es irremediablemente un sí o un no y no tienen cabida las margaritas.


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