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El principio de la paz es la reconciliación

Recientemente el expresidente de Colombia, Juan Manuel Santos, se pronunció en conferencia ante la comisión de la verdad ofreciendo, aparte de la declaratoria sobre lo ocurrido con referencias específicas, su profundo arrepentimiento a todas las víctimas por las nefastas tragedias acontecidas con ocasión a los falsos positivos.

Recordemos que El Dr Juan Manuel fue el principal promotor y ferviente veedor de la implementación de acuerdos de paz establecidos entre el Gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), ante los cuales la mayoría de los colombianos expresamos, se debe admitir, con cierta incertidumbre una poca voluntad de reconciliación. ¿Cuál es el motivo? ¿Por qué este tipo de procesos de negociación siempre han sido por lo general desaprobados por la población general?

En esta columna trataremos de poner en evidencia que dichos procesos serán exitosos en la medida en que, antes, se promueva un proceso de perdón. Para cumplir con este objetivo, se abordará, en un primer momento, la conceptualización de perdón y reconciliación, y en un segundo momento, el perdón como posibilitador de procesos de reconciliación.

La ciudadanía en general es uno de los ejes principales en la implementación de acuerdos establecidos en procesos de negociación. Sin embargo, aún en la actualidad, la mayoría de los colombianos no están dispuestos ni preparados para la misma, pues no se ha promovido el debido perdón entre los grupos armados en conflicto.

En realidad, una de las posibles causas del resultado del plebiscito de octubre del año 2016 pudo ser la presentación abrupta de la posibilidad de reconciliación, sin promover procesos y capacidades de ofrecer arrepentimiento de verdad, hacia los cuales ya existía poca disposición reconciliatoria con anterioridad ya que no se cumplía con el requisito esencial del perdón y demostración real del mismo.

Pese a que en Colombia, en parte, por razón de la amplia religiosidad y en parte por la calidez humana que nos identifica,  reconocemos que el perdón es un proceso de LIBERACIÓN Y REPARACIÓN necesario para restaurar la relación entre grupos en conflicto (estado de reconciliación), se le ha puesto en sinónimo, erróneamente, al olvido de la ofensa; en este sentido, gran parte de la población (incluyendo víctimas de violencia política) emplea de manera indistinta los términos ‘perdón’, ‘reconciliación’ y ‘olvido’ cuando son términos que difieren levemente  en su significado.

Debemos partir del hecho de que dichos términos no son sinónimos: para perdonar es necesario recordar quién y qué debe ser perdonado y por ende, el perdón y el olvido no son compatibles.

En efecto, el perdón implica una serie de ejercicios que serán posibles sólo al recordar y retomar lo relacionado con la ofensa: por ejemplo, se debe desmitificar las ideas que dificultan el perdón y mantienen las llamadas ‘tres R’ (rabia, rencor y deseo de retaliación) y recuperar las ‘tres S” (seguridad en sí mismo, sociabilidad y sentido de vida), para lo cual será necesario retomar la ofensa.

Este proceso se debe manejar de manera adecuada, pues no se busca favorecer la impunidad, ignorar la justicia u obligar a “superar” el conflicto sin solucionar o atender aspectos del pasado; en este sentido, es necesario respetar el proceso subjetivo de cada persona.

Entendiendo así las cosas, podemos decir que  el perdón no es netamente el olvido, resignación, sumisión, indulto, ni justificación de la opresión, sino un proceso de restauración “a través de la comprensión y la compasión hacia  los hechos de la ofensa”, en otras palabras, se entiende a partir de una dimensión más  psicosocial que jurídica (amnistía, indulto, rebaja de penas o penas alternativas)‒, en la cual “los sujetos se tienen que confrontar con sus propias experiencias, sus vivencias, sus historias y los hechos, que de una u otra forma, han marcado sus vidas”.

En los procesos de paz impulsados en Colombia, este tipo de procedimientos de inducción al perdón real y efectivo desafortunadamente brillan por su ausencia.

En efecto, estos se han caracterizado por posturas y discursos teóricos que, pese a que aluden repetidamente a la víctima (probablemente con el fin de ser legitimados), la relegan a un rol pasivo de espectadora de la reconciliación entre la élite del Estado y de los grupos al margen de la ley lo que genera la percepción por parte de las víctimas de que este tipo de proceso sólo beneficia a los victimarios y no a las víctimas. Esta concepción es imprecisa y se debe cambiar. El perdón, bien perpetrado, trae paz y tranquilidad interior.

Ahora bien, tengamos en cuenta que el perdón y la reconciliación tampoco son sinónimos, aunque así se les considere: la reconciliación es la celebración del logro del perdón, e implica el reencuentro con el otro; no obstante, puede ocurrir que una persona perdone pero nunca se reconcilie con su ofensor (de hecho, existen casos en los cuales es recomendable, como en el abuso sexual).

Es decir, el perdón es un proceso de voluntad libre y personal, mientras que la reconciliación también demanda de la acción y voluntad del otro, es un acto de bilateralidad y mutuo consenso armonioso que se erige con la consecuente reparación y restablecimientos de derechos con la garantía de no repetición de los hechos violentos.

Por todo lo anterior, podemos decir en recapitulación que la reconciliación unánime es el principio para lograr la paz, pero esta debe ser objetiva  y con garantía del restablecimientos de derechos infringidos.

Así, un proceso de perdón en contextos de violencia política debería promover trasformaciones a nivel individual, político y psicosocial, para lo cual se ha de fundamentar en determinadas premisas pedagógicas de tal forma que las victimas que sufrieron los horrores del conflicto puedan hallar, aunque no se una paz perfecta, una calma o alivio  en el alma.


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