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Osiris Guerrero, ejemplo de mujer resiliente que transformó el dolor en liderazgo

Por Blanca Berrío Montiel

Moñitos. Hoy Bahía Rada respira un aire tranquilo, las familias celebran el hecho de que la paz llegara a su territorio, ese mismo territorio que doce años atrás era dominado por los ‘varones’ del crimen organizado que hicieron allí su morada, entre los años 2009 y 2010.

En ese camino de recuperar su corregimiento, de garantizar el retorno de los que tuvieron que irse y de trabajar por el pueblo que quieren tener hoy para garantizar un mejor mañana, se han hecho visibles varias mujeres que, por su liderazgo, se destacan en el trabajo comunitario y cultivando el sentido de pertenencia para que la vida se respete en ese significativo pedazo de tierra de pescadores, cultivadores de plátano y panocheras de coco.

La amenaza y el éxodo

Una de ellas es Osiris Guerrero Padilla, de 35 años de edad, quien vivió en carne propia la historia de violencia que quisieron imponer las bandas criminales. La vivienda de sus abuelos fue incinerada por quienes ‘mandaban’ en la zona. Por fortuna, sus familiares huyeron y preservaron su vida.

Ella trabajaba con su suegra, una madre comunitaria. Los violentos les habían advertido que no podían salir del corregimiento ni hacia el casco urbano de Moñitos ni hacia la vecina población de Paso Nuevo, San Bernardo del Viento. “Teníamos como casa por cárcel”, sostuvo Osiris.

De hecho, el miedo fue tal entre sus habitantes que el corregimiento parecía un ‘pueblo fantasma’. Cerca del 80% de las familias salieron, por temor, por amenazas, por miedo. Los primeros desplazamientos se dieron tras el asesinato de un docente del colegio, el 9 de mayo de 2009.

Cuando su suegra también salió del pueblo Osiris se quedó a cargo de los niños y debía acudir a Moñitos a reuniones con el Icbf. En una de esas salidas se topó con miembros del grupo armado al margen de la Ley y le ratificaron la amenaza. Como no pudo salir de nuevo perdió el trabajo.

Poco después una de sus cuñadas que salió a Paso Nuevo a arreglarse el cabello fue asesinada por los violentos y murió en los brazos de Osiris. “Ella decía que quien nada debe nada teme”, recordó. Tras ese suceso llegaron los anónimos intimidantes, la orden era “desocupar el pueblo”.

Ella tuvo que salir una noche del 25 de agosto de 2010, hacia las 12:00 de la madrugada, junto con sus hijos de 5 y 7 años de edad, cuando todos en Bahía Rada dormían, incluso sus pequeños que no se percataron de lo sucedido.

Caminó presurosa, bajo un aguacero que ayudó a disimular sus pasos, por la calle del colegio, donde antes estaba ubicado el antiguo cementerio hasta la playa, allí una embarcación de un amigo de su familia y que vivía en San Antero la esperaba para llevarla hasta Cispatá, con la esperanza de que allá su vida estuviera segura.

Osiris salió junto a sus hermanos, hijos y sobrinos. “Esa noche fue horrible, salimos bajo de agua y llegamos bajo de agua, a las 4:00 de la mañana a Cispatá”, recordó. En Cispatá estuvieron durante una semana. De ahí su destino fue Maicao, La Guajira. “Nos fuimos a la de Dios y a la deriva. Mi esposo localizó unos primos mientras nos organizábamos”, dijo.

En la capital de La Guajira estuvieron varios años. Siguieron comunicándose con los familiares que se quedaron en Bahía Rada y preguntaban cómo estaban las cosas.

El anhelo que tenía en su corazón de volver a su tierra se hizo realidad, años después, hacia el 2014 cuando el pueblo empezó a tener otro ambiente, el ambiente que tenían antes de que los grupos ilegales rondaran la zona.

Ella, como buena líder y sabia mujer, convenció a sus familiares de retornar. “Es difícil uno adaptarse a otra ciudad, teniendo uno su finca, su casa y su trabajo”, aseguró.

“Nosotros hemos sido resistentes. Todo el corregimiento. A pesar de todo lo que vivimos, la gente de Bahía Rada ha sido luchadora, ha sacado fuerza de dónde no hay. El que no lo vivió, quizás piense que nada pasó, pero fue algo increíble”, afirmó.

Y tiene razón, la violencia nadie se la imagina y vivir su realidad supera cualquier cosa. Nueve personas fueron asesinadas en esa población, entre ellos, profesores, líderes comunitarios y amigos.

Renació la alegría

Con el retorno, la vida volvió a sonreír, con el acompañamiento de la Defensoría del Pueblo las víctimas conocieron sus derechos y luchan porque el Estado se reivindique de su abandono, de dejarlos en las manos de grupos ilegales que por varios años les robaron la esperanza.

Hoy todos, sin límites de edad, trabajan por proyectar la cara bonita del corregimiento. “Ya no vivimos el mismo temor. Queremos mostrarle a todo el país que Bahía Rada es un territorio que tiene mucha esperanza, que tiene gente emprendedora, que brinda cariño y que tenemos unas lindas playas para disfrutar”.

Una de las que lidera el proceso para el embellecimiento del corregimiento es Osiris, quien recalcó que: “Lo que vivimos en esa época no se va a volver a repetir”.

A la entrada del pueblo las familias juegan parqués tranquilamente, los pick up imponen la música a la orilla de la playa, donde unos cuantos se reúnen para refrescar la faena del día con una fría cerveza y hacer los comentarios de lo último que ha acontecido en la región, en el país y en el mundo.

Los jóvenes juegan voleibol en la playa o cartas en la esquina, sin temor. Los restaurantes abren sus puertas ofreciendo lo mejor de la gastronomía costanera.

Los pescadores y campesinos retomaron la actividad que heredaron de sus ancestros. La hermandad, la alegría y el desparpajo costanero al hablar es notorio en estos habitantes, sobrevivientes de la violencia y constructores de paz.

Y las mujeres, ellas sí que llevan la batuta, de los hogares, de sus barrios, de la comunidad. A ellas nada les queda grande, son lideresas por naturaleza, organizadas, dueñas de la economía familiar, emprendedoras y luchadoras por excelencia.


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